En 1819, su padre se retiró con una pensión, decidiendo irse a vivir al campo. Se estableció en Villeparisis, un pueblo de la carretera de Meaux. Honorato se quedó en París, ya que se había resuelto que un amigo de la familia, un abogado, le daría parte de sus asuntos cuando tras de unos años de práctica, estuviera lo suficientemente preparado para poderlos llevar por sí mismo.
Pero Honorato se rebeló. Quería ser escritor. El joven insistió en ser un escritor. Se produjeron violentas escenas familiares, pero al cabo, no obstante la firme oposición de su madre, una severa y práctica mujer a quien él jamás quiso, su padre cedió lo suficiente para concederle una oportunidad. Se convino que esperaría un par de años para ver lo que su hijo lograba hacer. Honorato se instaló en un ático, por el que pagaba sesenta francos anuales y estaba amueblado con una mesa, dos sillas, una cama, un armario y una botella vacía que servía de palmatoria. Balzac tenía entonces veinte años y era libre.
Lo primero que hizo Balzac fue escribir una tragedia; y cuando su hermana estaba a punto de casarse y él fue a su casa, llevó consigo su obra. El joven la leyó a toda la familia reunida y a dos de sus amigos. Todos se mostraron de acuerdo en que carecía de mérito. La obra fue enviada a un profesor, cuyo veredicto fue el de que el autor podría hacer todo lo que quisiera en la vida, excepto escribir. Balzac, disgustado y descorazonado, regresó a París. Había decidido que, ya que no podía ser un poeta trágico, sería un novelista, y escribió dos o tres novelas inspiradas en las de Walter Scott, Anne Radcliffe y Maturin. Pero sus padres habían llegado a la conclusión de que el experimento había fallado y ordenaron al hijo que regresara a Villeparisis por la primera diligencia. Poco después, un amigo suyo que escribía en revistas y que había hecho amistad con Balzac en el barrio latino, fue a verle y le sugirió la idea de escribir una novela en colaboración. De este modo comenzó una larga serie de engendros que Balzac escribió a veces solo y a veces en colaboración, firmados todos con distintos seudónimos. Nadie sabe cuántos libros escribió de 1821 a 1825. Algunas autoridades afirman que llegó a los cincuenta. No sé de nadie que los haya leído con atención, salvo George Saintsbury, y éste asegura que requirió un verdadero esfuerzo. Eran en su mayor parte novelas históricas, pues Walter Scott se encontraba entonces en el apogeo de su fama, y ellos trataban de aprovecharse de aquella fama. Las novelas eran muy malas, pero sirvieron para que Balzac aprendiera el valor de la acción rápida necesaria para mantener la atención del lector, y el valor de los temas que la gente consideraba como de primera importancia, y que son el amor, la riqueza, el honor y la vida. También es posible que le enseñaran lo que su propia intuición debía de haberle sugerido ya, esto es, que para ser leído, el autor debe impregnar sus obras de pasión. La pasión debe ser la base, trivial o poco natural, pero si es lo bastante violenta, dársele un asomo de grandeza.
WILLIAM SOMERSET MAUGHAM, Diez novelas y sus autores, Plaza & Janés, Barcelona, 1960, págs. 112 y 113, traducción de Enrique de Juan
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