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domingo, 2 de octubre de 2011

Orgullo perroflauta

. Entiendo que uno de los errores que ha cometido gran parte del 15-M es haber salido a responder las acusaciones de perroflauta. Es asombrosa la cantidad de pancartas y de intervenciones asamblearias en ese sentido. Yo mismo hice una pintada, “No somos perroflautas, somos tigreflautas”, por lo que tampoco me libro.
Vamos a ver, ¿nos creemos más que un perroflauta?
El problema de responder con tanta procela y urgencia a esta acusación es que hemos asomado innecesariamente la patita del elitismo. ¿Nosotros perroflautas? No, por favor, qué asco, eso sí que no. Por otra parte, esta era una de las acusaciones más pequeñas que se nos han hecho y podíamos haberla dejado pasar o, sobre todo, habérnosla tomado con más humor. Con más humor todavía.
El caso es que ser perroflauta no debería ser una acusación. Quizá sea lo más grande del mundo, quizá ellos sean la verdadera élite de la sociedad. El que acusa de perroflauta a otro se califica a sí mismo. ¿Un tipo que va ofreciendo su música por ahí, que pasa de las ocho horas y el impuesto de actividades económicas, y hasta tiene un perro al que da la mitad de lo que consigue, es un tipo indigno de nosotros?
Deberíamos haber sido mucho más inteligentes, ya que no hemos sabido ser solidarios. Para este tipo de acusaciones insólitas yo tengo un sistema que nunca falla: me limito a asumirlas. Si alguien me viene a reprochar algo que en sí no tiene por qué ser un reproche, intento darle la razón en todo:
–Batania, es que tu poesía me parece explicativa.
–Claro, es que la poesía explicativa me parece superior, la más grande que existe.
–¿Cómo?
Este sistema anti–gilipollas (a los que vienen de buena onda les contesto bien) no tiene fallo, porque el interlocutor se queda en fuera de juego ante tu asunción inesperada. Y lo mismo cuando te acusan de radical o ácrata o fan de Paco Martínez Soria: ¿Por qué tendría que ser una acusación en sí la radicalidad o el anarquismo o Paco Martínez Soria?
Deberíamos haber actuado al revés, opino. En vez de negarlo, asumirlo o caricaturizarlo. ¿Que nos llaman perroflautas? Ya nos gustaría, contestemos. Porque el problema es que no llegamos ni a rataflautas; con este sistema estamos condenados al lumpenperroflautado. Deberíamos haber hecho pancartas o pintadas en el plan de “Orgullo perroflauta”, por ejemplo. U organizar una jornada en Sol para que todos los indignados acudan a la plaza con un perro (el que tenga) y una flauta, y hacerles un acto de desagravio, pues este sistema queda retratado desde el mismo momento en que para acusarte de algo te llama perroflauta.
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