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martes, 19 de abril de 2011

TROYA LITERARIA (289): García Viñó contra Pérez-Reverte (II)

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Para mí, el de Arturo Pérez Reverte, como el de Antonio Gala, constituye un fenómeno sociológico, no literario. De hecho, se trata del mismo fenómeno. Empezaré por una parábola:
Un hombre de mediana edad, con dotes para pintar, y entusiasta de las pinturas que, merced a un álbum que le regaló su abuelo, le hicieron feliz en su niñez, decide seguir la senda de aquellos lejanos artistas: los bizantinos. Y se pone a pintar iconos de la Virgen y Pantocrators. Resulta entonces que a la poco letrada burguesía en medio de la cual vive, y que no entiende el arte de su época, le da por comprárselos. Y no da abasto. Y se hace popular y millonario. ¿Qué diríamos? Pues que san Pedro se lo bendiga ¿no? Pero ¿le organizaríamos un congreso en una Universidad? ¿Diríamos de él que ha revolucionado el arte pictórico? ¿Le nombraríamos académico de Bellas Artes?
Se entenderá por lo ya dicho que uno no tendría nada que objetar si las obras de Pérez Reverte las pusieran en su lugar: los quioscos, las bibliotecas juveniles… Pero ¡que le hagan de verdad lo que al pintor de mi parábola! ¡Si no es más que un imitador de Paul Feval y de Alejandro Dumas, de nuestros Tárrago y Mateo, Fernández y González y tantos otros, franceses y españoles, por no hablar de Walter Scott, que escribieron novelas de capa y espada por centenares, pues para ello no hay más que repetir una muy sencilla fórmula y ni siquiera preocuparse mucho por el lenguaje!
Que le hicieron académico y que el profesor Belmonte organizó un congreso sobre su obra en la Universidad de Murcia lo sabe todo el mundo. Quisiera considerar a continuación algunas otras cosas que se han dicho, las cuales dan buena cuenta de la situación actual del mundo literario español y todas las cuales redundan, por desdicha, no en elevar a los lectores hacia la novela con valores estéticos e intelectuales, sino en bajar el listón de la novela al nivel de las mentes menos exigentes literariamente.
Arturo Pérez Reverte fue corresponsal de televisión en algunos conflictos bélicos y lo hizo bien. Es un muchacho inteligente y simpático. Escribe a veces aceptables artículos y responde con chispa a las entrevistas, diciendo cosas que le singularizan entre tantos borregos. Sin duda, fue un gran lector de novelas de aventuras en su adolescencia y juventud, pero sin distinguir, sospecho, a Stevenson, De Foe o Somerset Maugham de los artesanos que llenaban el catálogo de Biblioteca Oro y tantas otras colecciones de quiosco, tebeos incluidos. En su cabeza, se debieron de unir el gusto por lo exótico con sueños aventureros en lejanos países y mares, y una forma americana de calibrar lo interesante: todo ello al margen de ideas, contenidos, cosmovisiones y valores estéticos. Quizá soñó con ser uno de aquéllos y está claro que, menos en la originalidad, casi lo ha conseguido. Contra él, no tengo nada. Su incultura literaria de fondo no es incompatible con sus muchísimas lecturas. Siempre que puede afirma paladinamente que escribe para divertirse. Seguro que lo consigue. Los grandes creadores, sin embargo, sufren, digan lo que digan los García Montero y los Savater cuando tienen que decir eso y no otra cosa: depende del lugar y del público. O de los intereses de su empresario.
Algo muy diferente sobrecoge el ánimo cuando se contempla la actitud ante cierto tipo de literatura de gente como los nombrados, profesores universitarios, o como los que ejercen de críticos literarios y se presentan y actúan como tales, que se confunden y confunden a los lectores sobre lo que es o no es literatura con mayúsculas: Literatura. Y lo malo es que lo hacen desde la pirotecnia del marketing de Alfaguara y demás editoriales del grupo Prisa y sus afines, con los que intercambian autores y con los que se conchaban para hacer colecciones de quioscos, donde mezclan novelistas de verdad con su morralla. Largan montones de frases hechas sobre todo cuanto una presunta novela contenga, menos sobre la médula del asunto. ¿Sabe esta gente qué significa literariedad? ¿Han leído siquiera un manual de estética filosófica?
Pérez Reverte ha encontrado un filón y estará ganando muchísimo dinero. Lo que es por mí, que lo disfrute. Pero si doy un paso más y me encuentro con que, gracias a él, también lo están ganando los industriales de la cultura, ya no me alegro tanto. Indiferente me sería si lo ganase un declarado fabricante de libros; pero que lo gane Polanco Gutiérrez, so capa de tinglado intelectual, me parece una indecencia. Se trata de operaciones fraudulentas, perjudiciales, muy perjudiciales para la cultura.
¿Y los críticos? ¿Y esos pobres críticos vendidos al sistema a cambio de unos canapés y unas sonrisas de agradecimiento? ¿Por qué se empeñan esos desdichados en confundir grandes tiradas con valores literarios, novelas con relatos u otras cosas, Hollywood con el Parnaso?
En los aledaños de todas las artes, existen esos campos cuyos productos para muchos pueden resultar satisfactorios sucedáneos. Y coexisten con el verdadero: la escultura-escultura, con las figuritas de Lladró; la pintura, con los almanaques de Explosivos Río Tinto o los paisajes con ciervos de las cristalerías; la música sinfónica, con el tatachín de los carnavales gaditanos; Mallarmé con Emilio el Moro... Cada cual ocupando su sitio. El campo para el picnic, por florido que aparezca, de Arturo Pérez es algo muy distinto, algo de otra dimensión, que el campo magnético de Claude Simon, Michel Butor, Italo Svevo, Cortázar, Andrés Bosch, por ejemplo. Y pertenece al género de lo delictivo fundirlos y confundirlos, sobre todo si se hace mediante técnicas subliminales como la de aquella foto de El País, en la que aparecía Reverte abrazando sonriente a Saramago y cuyo tácito mensaje era más o menos éste: se sonríen, se abrazan, son amigos, luego son compañeros de armas, pertenecen a la misma estirpe de escritores. Una inmoralidad que convierte lo de dar gato por liebre en una ingenua trampa en el parchís.
MANUEL GARCÍA VIÑÓ, El caso Pérez Reverte, Rebelión, 13 de octubre de 2005. Todo el artículo AQUÍ

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