¿La poesía italiana? La agotaron nuestros vates del siglo XVI. Estamos hartos de canciones y de sonetos petrarquistas. En cuanto a odas horacianas, las hay por aquí tan buenas o mejores que por allá, y vale más tomar de nuestra casa que ir a la ajena. Por lo que hace a poetas modernos, los imitadores de Leopardi son una verdadera calamidad. No toman de su maestro la hermosura artística prodigiosa, sino aquella desesperación y amargura, que, si se toleran y aun perdonan en almas tan grandes como la del poeta recanatense, hácense insufribles en medianías entecas y escritores chirles, de café y casino, en quienes corren parejas la falta de fe, de voluntad y de talento.
¿La poesía francesa? Poco tiene que imitar en la lírica, si quitamos sus cuatro grandes poetas modernos. Pero si tenemos tradiciones literarias en España ¿para qué seguir las de allende el Pirineo?
¿El gusto alemán? ¡Horror! La misma relación tiene con el nuestro que el del Congo o el de Angola. Nada de Heine, de Uhland ni de Rückert. Todo eso será, y es de positivo, muy bueno allá en su tierra, pero lejos, muy lejos de aquí. Nada de humorismos ni de nebulosidades. Suum cuique. A los latinos, poesía latina; a los germanos, germanismo puro. ¿Para cuándo son las leyes de la historia y de las razas?
MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO, Ultílogo de Horacio en España, Madrid, Casa Medina, 1877, extraído de la Revista de Historia de la Traducción. Todo el artículo AQUÍ
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