Y por cierto… ¡Anda que no teníais mobiliario, enseres, víveres y parafernalia de bazar de todo a mil en el rastrillo de la Puerta del Sol! ¡Ni que fuese Ikea! ¿Quién pagaba todo eso? ¿Hessel? ¿Sampedro? ¿Sus editores? ¿Izquierda Unida? ¿Los bancos? ¿Los obispos? ¿Las oenegés?
Bueno, bueno… Rectifico lo que dije al comienzo de este desahogo. Indignado, pese a mi filosofía, sí que lo estoy, pero menos con vosotros que con los citados Hessel y Sampedro, los clérigos buenistas del parque jurásico de la autoayuda, los economistas aterrados y los sedicentes pensadores -¡pensadores!- que parecen terroncillos de azúcar cande a punto de disolverse en las naderías que escriben.
¿Se disolverán también los indignantes, a fuer de indignados, y será todo esto, a la postre, un mal sueño?
No sé, no sé… Puede que sí y puede que no. ¿Unhappy end?
Las tormentas desencadenadas en pocillos de café descafeinado terminan a veces en calma chicha y posos inútiles para predecir el futuro, pero también existe el efecto mariposa. Estornuda un octogenario ávido de royalties en París y zas: pandemia de E.colis habemus.
En 1788 el abate Sieyés -un curilla parecido a Hessel- publicó un panfleto al que puso por título ¿Qué es el Tercer Estado? y su éxito entre los berzotas sin culotes fue fulminante. Pocos meses después estallaba la Revolución Francesa y medio país subía al cadalso.
En 1848 apareció otro libelo ramplón -el Manifiesto comunista de Marx y Engels- y el fantasma del totalitarismo empezó a recorrer el mundo.
En 1905 se fundó en Rusia el primer sóviet, que pedía una democracia participativa, y 12 años después asaltaba la horda del leninismo el Palacio de Invierno y convertía el país en un infierno.
En 1925 apareció el primer tomo de Mein Kampf (cuyo título iba a ser Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la cobardía… ¿Les suena?) y el 30 de enero de 1933 su autor, un indignado que se llamaba Hitler y se autodenominaba Führer (palabra que significa «encarnación del Espíritu Santo»), se convertía en canciller de Alemania.
Luego llegaron el Libro Rojo de Mao Tse Tung y el Libro verde de Ghedaffi, entre otros de menor repercusión.
No bajemos la guardia. Líbrenos el sentido común de los culatazos de la filantropía y de la vanagloria y narcisismo de quienes quieren salvar el mundo. Los panfletos los carga el diablo. Son bombas de relojería activada por terroristas morales disfrazados de Francisco de Asís.
Hessel ya ha publicado otro libelo -Engagez-vous! (¡Comprometeos!)-, igual de inane que el anterior, y anuncia para después del verano el tercero. Lo firmará a medias con su compinche Edgar Morin, y así serán dos quienes se forren a costa del analfabetismo imperante. Tendrá 60 páginas en vez de 30. No se desloman, no. Su título pone los pelos de punta. Se llamará Aux actes, citoyens! (¡Al toro, ciudadanos!, que es una mona afeitada, y también, con la demagogia de costumbre, Le chemin de l’espérance).
Yo también quiero forrarme. Escribiré en francés un panfletillo de 30 folios con estilo de hoja de almanaque y lo titularé Aux larmes, citoyens! Aclaro, para los ninis, que los asesinos de María Antonieta gritaban Aux armes, citoyens! y que larmes significa lágrimas: las que quizá no tarden en correr por nuestras mejillas. Malos tiempos son éstos en los que hay que explicar los juegos de palabras.
FERNANDO SÁNCHEZ-DRAGÓ, El Circo de Sol, El Mundo, 17 de junio de 2011
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