miércoles, 4 de enero de 2012

EL HIJO DE PUSKAS: Los ovnis llegan a Lauros

Antes de que Aitor Larrazabal se convirtiera en jugador del Athletic de Bilbao y comenzara a aparecer con frecuencia en las noticias con la coletilla de “el lateral izquierdo de Loiu”, sólo recuerdo dos ocasiones en que Lauros consiguiera figurar en los medios, aunque solamente fuera en reseñas hundidas en las páginas interiores de los diarios. La primera fue cuando el escritor y ocultista J.J. Benítez viajó para contrastar las afirmaciones asombrosas de Juana, del caserío Ibaiondo, que juraba haber visto un ovni. La mayoría de los aldeanos no sabía quién era J.J. Benítez:
–Astobieta, ven aquí.
–Dime.
–¿Quién es ese hombre famoso que ha venido a hablar con Juana?
–J.J. Benítez, uno que escribe sobre ovnis y cosas ocultas.
–Pero..., ¿cuántos libros ha escrito?
–No sé. Más de veinte.
–¡Veinte libros! ¡Cuidado!
Las preguntas sobre el número eran habituales; en Lauros nada era lo bastante noticiable si no llevaba la etiqueta de lo “grande”. Creo que por ahí venía la tendencia a la exageración y la fábula: un vaquero no podía ser bueno si sólo tenía tres vacas, un campesino no podía ser bueno si sólo sembraba una peonada de alubias tolosanas, un cazador no podía ser bueno si volvía sin una sola malviz, y en ese plan. Cuando Higinio se enteró por mi dubitativa boca de que J.J. Benítez había escrito más de veinte libros, ya tuvo suficiente para amenizar durante semanas a los cazadores que pasaban por Goikoetxe cuando se dirigían al monte:
–¡La bomba atómica! ¿Ya sabéis la noticia?
–¿Qué noticia?
–Ha venido a Lauros un escritor a hablar con Juana. Pero no cualquier escritor, ¿eh? ¡No cualquier escritor! ¡Uno que ha escrito veinte libros!
Y decía la palabra “veinte” como si pegara un sartenazo, elevando la voz como si los cazadores se encontraran a kilómetros o se hubieran quedado sordos. Todavía minutos más tarde, cuando los cazadores conseguían seguir camino arriba después de aguantar la media hora mínima de charla–plomo obligatoria, Higinio les seguía gritando la misma matraca desde lejos:
–¡Veinte libros! ¡Cuidado! ¡No es cualquier escritor! ¡Veinte libros!
Cuando J.J. Benítez llegó finalmente a Ibaiondo con la intención de entrevistar a Juana, la mayoría de los laurotarras se habían mofado tanto de ella que el ocultista se la encontró a la defensiva:
–No quiero hablar con usted porque nadie me cree y todos se ríen de mí.
–Usted tranquila, que yo sí la voy a creer.
La mayoría de aldeanos se había puesto en contra y yo creo que había algo de envidia en todo aquello. De pronto comenzaron a salir otros aldeanos diciendo que ellos también habían visto ovnis en otros tiempos, o que los habían visto sus difuntos padres o abuelos. El que más se significó en esta línea fue Valentín, que vivía en la casa más alta de Lauros, justo en la punta del monte que separaba Lauros de Sondika. Como casi todos los aldeanos, Valentín llamaba “onis” a los ovnis:
–¿Onis? Yo he visto onis a punta pala. Y son listos ¿eh? Listos a base de bien.
–¿Listos?
–Más que el hambre. Hace unos meses hubo uno que se posó ahí, justo al lado de los manzanos, y yo le dije: Kanpora, kendu hortik!, y se fue en el acto. Hasta euskera saben, fíjate si serán listos los onis.
Por supuesto que Valentín era de la cuerda de Higinio, Marcelino o mi padre, esto es, un hombre talentoso y solitario muy dado a la fabulación. Este detalle lo advertí muchas veces y es casi una tesis de este libro: cuanto más talento posee y más solo está un individuo, más inclinado parece a inventarse historias asombrosas cuyo único testigo es él mismo, sólo con el deseo de llamar la atención. Por otra parte, la cercanía del aeropuerto de Sondika le daba a Valentín derecho a ver todos los ovnis que le daba la gana, pues yo mismo vi durante mi juventud infinidad de luces extrañas en el cielo o cerca del monte, luces que al cabo de los minutos se demostraban como propias de las docenas de modalidades de los aviones comerciales, que a veces debían dar una vuelta por encima de Lauros antes de aterrizar. En cualquier caso, la envidia contra Juana y la fiebre ovni llegó a tal punto que mi padre se lo empezó a tomar a cachondeo:
–Como ese escritor se quede una semana y empiece a preguntar por los caseríos, ya tiene para otros veinte libros de onis. Veinte libros sólo en Lauros, fíjate lo que te digo.
Pero ya digo que era envidia, porque la misma visión que tuvo ese día Juana la habían compartido otros testigos en otras partes, y el propio observatorio del aeropuerto de Sondika había visto un punto extraño en el cielo, circunstancias que propiciaron la llegada de J.J. Benítez, aunque parece que al final la versión de Juana no le convenció y no apareció en ninguno de sus libros, lo que rebajó todavía más el ya decaído prestigio de Juana, caída pequeña si la comparamos con la que iba a experimentar cinco o seis años después cuando afirmó que había tenido otra aparición, esta vez de la virgen, lo que suscitó la rechifla general, pues no podía ser que todas las apariciones le sucedieran a ella. Sin duda chocheaba: Juana contaba ya con más de setenta años y estaba muy impedida para andar. Todavía mucho tiempo después de que Juana muriera, dos o tres años más tarde, mi vecino Jesús, cínico impenitente y la única persona que conocí en Lauros que no creía en Dios, seguía riéndose con este asunto:
–Se le “apareció” la muerte. Primero el ovni, luego la virgen y luego la muerte.
Aquel ovni, sin embargo, fuera de verdad o de mentira, se constituyó en uno de los acontecimientos que mayor impresión causaron en mi infancia y adolescencia, pues no recuerdo que Lauros hubiera sido importante para nadie hasta entonces. Ni siquiera el pueblo, que entonces se llamaba Lujua, era nada conocido. Que un escritor famoso como J.J. Benítez viajara hasta Lauros, que por entonces contaba con una carretera de un solo carril, y nos tomara en serio era increíble. Recuerdo que aquel año mi imaginación se encontraba tan en alza que hasta me levantaba cuando oía cualquier ruido y me quedaba mirando largamente por la ventana, al acecho de cualquier ovni. Más tarde, cuando comencé en el Instituto de Derio, me leí algunos libros del escritor y otros sobre ocultismo, cristología, triángulo de las Bermudas y en ese plan. Quería saber cómo eran los diferentes tipos de ovni, las anatomías de los extraterrestres, las formas de comunicarme con ellos, todo. Quería estar preparado porque aquella historia de Juana me había enseñado que lo importante, más que ver realmente un ovni, era hacérselo creer a J.J. Benítez.
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