jueves, 5 de enero de 2012

EL HIJO DE PUSKAS: La Ertzaintza no sirve para nada

La segunda vez que vi la palabra Lauros en los medios fue cuando el diario Deia publicó un reportaje sobre la plantación de kiwis de Avelino, mecánico del caserío Errotabarri que comenzó a dedicarse a los frutales cuando le llegó la edad de jubilación. En el reportaje Avelino aparecía posando junto a los árboles mientras enseñaba algunos de los nuevos frutos exóticos. En aquel tiempo los kiwis eran desconocidos y tan codiciados que en el Mercado de la Ribera se vendían al precio casi siempre exacto de cien pesetas cada uno.
Avelino no me caía nada bien porque era uno de esos laurotarras que me recordaban continuamente que yo no sabía euskera con la sola intención de humillarme. Cada vez que acudía a jugar a la ikastola de Lauro con una pala o un balón de baloncesto y debía pasar por delante de su caserío, siempre me decía lo mismo:
Basterrechea, badakizu euskera?
Ez.
–¿Y no te da vergüenza no saber euskera?
Cuando dos o tres horas más tarde, después de cansarme de dar pelotazos contra la pared, volvía de nuevo hacia Astobieta, al pasar por su caserío se volvía a repetir la escena:
Basterrechea, badakizu euskera?
Ez.
–¿No te da vergüenza? ¡Maqueto!
Maqueto era la palabra con que se designaba a las personas que procedían de fuera de Euskadi o que no sabían euskera. En Lauros me lo llamaron más de mil veces y Avelino era uno de los que más veces me lo repitió. Pero verle en el diario me impactó mucho y me hizo sentirme orgulloso de mi pueblo. Según decía el reportaje, la de Avelino era la primera plantación de kiwis de Vizcaya junto con la que tenían los Etxebarria, famosos gatikatarras que ganaban todos los concursos que se celebraban en las ferias agrícolas.
Avelino también disponía de muchas variedades de frutales, sobre todo de manzanos, y era objeto de muchos robos porque su plantación estaba al lado de la carretera, que era frecuentada no sólo por los conductores sino por alumnos de la ikastola o del colegio Munabe. A nosotros también nos robaban tomates o pimientos, pero las manzanas o peras o kiwis eran productos mucho más codiciados. A partir de que se creara la carretera de dos carriles, el tráfico comenzó a aumentar y también aumentó el número de robos, sobre todo de manzanas y kiwis. Avelino comenzó a desesperarse:
–Astobieta –me decía, pues era también un gran cazador–, ¿sabes lo que es un cartucho del once?
–Sí.
–Es que me estoy cansando de cazar pájaros pequeños. Verás cuando empiece a cazar pájaros grandes. A mí me mandarán a Basauri, pero ellos van directos a Derio.
Nombraba esos lugares porque en Basauri existe una cárcel y Derio cuenta con el cementerio más grande de Vizcaya. Avelino fue una de las personas más contradictorias que me encontré en Lauros, pues era capaz de lo más moderno, como ser el primero de Vizcaya en poner kiwis, y de lo más antiguo, como pude comprobar nuevamente años más tarde, a mediados de los noventa, cuando sorprendió a un joven robándole manzanas. En aquella ocasión no utilizó la escopeta, como solía decir en broma, sino que llamó directamente a la Ertzaintza. Aquel fue mi primer recuerdo de la presencia de la Ertzaintza en Lauros.
Hasta entonces eran la Guardia Civil y la Policía Nacional las que se encargaban de velar por la seguridad, aunque nunca supe de ninguna intervención de ellas, porque, además de que se las consideraba represoras y españolas, para que acudan los cuerpos de seguridad hay que llamarlos, y eso es difícil de hacer en un lugar donde los caseríos no cuentan con teléfono. Pero entre finales de los ochenta y comienzos de los noventa la mayoría de los caseríos comenzaron a poner línea telefónica y Avelino recurrió a la Ertzaintza, que ya se había desplegado en Loiu. Entonces sucedió lo increíble, pues cuando llegaron los dos agentes y procedieron a denunciar al muchacho, que rondaba entre los dieciséis y dieciocho años, Avelino se opuso:
–No, no, si yo no les he llamado para que lo detengan o le pongan una denuncia. Eso no vale para nada.
–¿Para qué nos ha llamado entonces? –le preguntaron los agentes.
–Mira qué pregunta, para que le den ustedes unos buenos bofetones a este chico, eso no falla, ya verán cómo así se le quitan las ganas de robar.
Y sin dejarles tiempo a la respuesta pasó a contarles de forma pedagógica lo que le había sucedido a él de muchacho, cuando fue sorprendido robando un poco de queso, y de qué forma la paliza que le dio su padre le fue una de las mejores medicinas de su vida, “porque ya no se me ocurrió volver a robar más”. Los agentes alucinaban con Avelino, claro, y, después de explicarle que esas “medicinas” eran de otros tiempos, le trasladaron que lo único que se podía hacer en los tiempos de ahora era formalizar una denuncia o, en caso contrario, dejar marchar al chico, que fue lo que finalmente sucedió, pues Avelino insistió en su teoría de los bofetones y se oponía en redondo a denunciar al ladrón.
Así fue como Avelino se convirtió en el primer laurotarra que se hizo enemigo declarado de la Ertzaintza, un cuerpo que al principio fue recibido con alegría en el pueblo por el solo hecho de que se le consideraba “de los nuestros”, frente a la extranjería y fama de antivascos que arrastraban los cuerpos anteriores. Tenía yo por entonces más de veinte años y Avelino me había dejado de llamar maqueto, pero como seguía yendo a la ikastola de Lauro a jugar en solitario, cada vez que me veía me abordaba de inmediato y sin ni siquiera darme las buenas tardes me preguntaba:
–¿Para qué sirve la Ertzaintza, Basterrechea?
–¿Para qué?
–Para nada, para eso sirve la Ertzaintza.
Y horas más tarde, cuando volvía ya sudado y cansado, después de darme la gran paliza a pala o a pelota mano o a baloncesto, me lo encontraba de nuevo allí, los brazos en jarras, indignado todavía con los agentes, incapaz de olvidar aquel episodio:
–¿Qué diferencia hay entre la Guardia Civil y la Ertzaintza, Basterrechea?
–¿Qué diferencia?
–Ninguna diferencia, Basterrechea. No hay ninguna diferencia.
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