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Afortunadamente, todavía no he aprendido nada de mí.
Existe un tipo que me ha puesto nombre, Batania,
y va escribiendo poemas en que trata de explicarme,
y me toma la temperatura, y me tira la plomada,
y me parte en celdillas, y va anotando sin margen de error
mis metros exactos de alegría o los gramos de mi tristeza,
sin olvidarse las marcas de petunia y notas a pie de página,
y es admirable su trabajo y es asombroso su trabajo
y realmente es magnífico y loable su trabajo y
es inútil.
Pobrecito.
Pretende conocerme,
pero toda su herramienta de explorador se reduce
a un triste y viejo alfabeto de veintiséis letras.
Y además,
aunque pudiera,
¿Para qué necesita conocerme?
¿Cuánto de felicidad encuentra en conocerme?
¿Por qué no trata de besar a las mujeres sin escribirlas,
de caminar por los senderos sin numerarlos,
de mirar las gotas de lluvia sin registrarlas,
por qué no disfruta sencilla y simplemente
del soberbio disparate del mundo, por qué?
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domingo, 18 de septiembre de 2011
El disparate del mundo
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