Leo en dos diarios, La Vanguardia y El País (pero la darán otros muchos, supongo), la noticia de que “la Audiencia Provincial de Madrid ha condenado a Arturo Pérez Reverte a pagar 80.000 euros al cineasta Antonio González-Vigil, que demandó al novelista por plagiar el guión de la película Gitano, estrenada en el año 2000″. La sentencia no es firme, y el escritor ya la ha recurrido ante el Tribunal Supremo. “Está clarísimo que alguien me ha hecho una emboscada”, ha declarado Pérez Reverte, haciendo empleo de ese lenguaje que le es tan característico. Seguro que se imagina a sí mismo teniendo que defenderse gallardamente del asalto de dos taimados espadachines que le han salido al paso en algún oscuro callejón del Madrid de los Austrias. “Decir que hay plagio porque en un guión aparecen gitanos, droga, música flamenca y venganzas es como decir que en una del Oeste hay plagio porque salen un sheriff, bandidos, indios y una chica del saloon. A nadie de buena fe le cabe en la cabeza que con mi vida y mi carrera profesional yo necesitara copiar una historia de alguien a quien no conocía y sigo sin conocer”, añadía.
Y lleva razón, vaya si la lleva, por mucho que, a la luz de los indicios de que dispone, el tribunal haya descartado que las setenta y siete coincidencias detectadas entre los dos guiones, unas más contundentes que otras, deriven del común empleo de clichés.
Por mi parte, tengo la íntima convicción de que la juez de la Audiencia Provincial de Madrid se equivoca, seguro que se equivoca. Después de haber visto la película en cuestión –a cuyo estreno en Madrid tuve el orgullo de asistir en su momento–, y después de haberme leído varias novelas de Pérez Reverte, setenta y siete coincidencias me parecen demasiado pocas para descartar que no sean los clichés los que las inspiran. A nadie con dos dedos de frente se le puede ocurrir, en efecto, que un autor como Pérez-Reverte necesite copiar a nadie para remedar historietas tales.
No puede ser casualidad, por otro lado, que sean autores como Ana Rosa Quintana, Luis Racionero, Lucía Etxebarria o el propio Arturo Pérez Reverte quienes padezcan más asiduamente el acoso de enconados demandantes que los acusan de plagio. Da igual las evidencias que asistan a estos últimos: lo propio de los lugares comunes viene a ser eso mismo: que son comunes. Para decir que la nieve es blanca uno puede emplear sus propias palabras o acudir a un verso de Garcilaso de la Vega. Para contar los amores de un ex presidiario por una bella gitanilla con la que tuvo relaciones antes de ingresar en la cárcel, uno puede echar mano de su imaginación o de un guión de Antonio González-Vigil: el resultado rara vez distará mucho.
Lo que caracteriza a los best-sellers y a los guiones prefabricados es que ya están leídos y vistos de antemano, y por lo tanto escritos de antemano. El orden de los factores no altera el producto.
Demandantes y demandados son aquí copartícipes del mismo delito de vulgaridad. Llegado el caso (pero qué falta hace llegar tan lejos), debieran ser unos y otros igualmente condenados. Pero no precisamente por la Audiencia Provincial.
IGNACIO ECHEVARRÍA, ¿Plagios?, Rebelión, 19 de mayo de 2011 (AQUÍ)
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