lunes, 25 de abril de 2011

ANECDOTARIO DE ESCRITORES (189): El chiste de Unamuno que solía contar León Felipe

León Felipe, un día, con la ayuda de su sobrino, el gran torero mexicano Arruza, se presentó en mi casa de Buenos Aires, adonde había venido para dar agitados recitales y conferencias. Bien sentado en una butaca, con aire y semidormido tono de revelación, me dijo que Unamuno, cuando llegó por vez primera de su País Vasco a la meseta de Castilla, quiso advertir a Dios de su presencia en medio de la solitaria llanura.
—¡Dios, Dios, Señor, Dios, que ha llegado Unamuno! Soy Miguel de Unamuno. ¡Aquí estoy!
El cielo estaba negramente nublado; sólo se oía un gran silencio. Unamuno no cesaba de repetir:
—¡Dios, Dios, escucha, que ha llegado Unamuno!
Entonces, descorriendo las nubes, apareció una inmensa mano y, tras ella, un poderoso brazo, oyéndose, a la vez que le mandaban un gigantesco corte de mangas a Unamuno, el rugido de Dios que decía:
—¡Anda y que te den por el culo!
RAFAEL ALBERTI, La arboleda perdida (Segunda parte), Seix Barral, Barcelona, 1988, págs. 128 y 129

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