Sólo por tener el Prado a tiro de piedra merecía la pena vivir en la ciudad carísima y cada vez más sucia y más incómoda, donde las obras lo invaden todo. "El Estado de Obras", que dijo el otro; chiste malo pero útil. Un día, nos hallábamos comiendo varias personas con Octavio Paz y Camilo José Cela en un excelente restaurante, y en vista de que una perforadora estaba dispuesta a acabar con el almuerzo, Cela propuso que entre todos los asistentes, que éramos como catorce o dieciséis, hiciéramos una colecta y le diéramos unos cuantos miles de pesetas al operario por las dos horas de comida. La propuesta no prosperó, pero era juiciosa, y el almuerzo discurrió entre el tenaz asedio de la perforadora y los gritos de los comensales, que de otra manera no podían entenderse. Era de oír la voz silbante de Octavio Paz tratando de abrirse hueco sonoro en medio de aquella turbamulta que venía de la calle.
MIGUEL GARCÍA-POSADA, Cuando el aire no es nuestro. Memorias II, Península, Barcelona, 2001, pág. 112 domingo, 24 de abril de 2011
ANECDOTARIO DE ESCRITORES (188): Octavio Paz a gritos
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